Un día estás en tu puesto de trabajo y al siguiente no. Porque te han despedido.

Hay personas que lo esperan o se sorprenden o  no dan crédito, otras se ofenden o se enfadan o enmudecen o gritan, y algunas lo buscan.

A diferencia de una salida voluntaria, que lleva aparejado una elección propia del individuo y habitualmente un periodo de desenganche, un despido es un cambio realmente brusco y drástico en la vida que hace aflorar todo un mundo de sentimientos, gran cantidad de incógnitas sobre el futuro y preocupación inmediata por el nuevo presente.

Existen multitud de blogs, artículos, vídeos y libros tratando el tema: cómo afrontarlo, qué hacer y qué no, cómo reciclarse o formarse para ser experto, qué  esperar y cómo actuar al respecto a los 20, los 30, los 40, los 50, los 60 años… tantos “remedios” como profesionales en activo, porque cada uno somos únicos y nuestra forma de sobrellevar los reveses de la vida, pues también es única.

A grandes rasgos, nuestro trabajo se divide en dos facetas: el desempeño profesional (lo bien que hacemos nuestro trabajo medido de forma objetiva) y la percepción que tiene nuestro empleador sobre nosotros. La primera faceta casi siempre está en nuestras manos, la segunda casi siempre no. Quitando situaciones de ERE o similares (con un gran número de despidos involucrados) los despedidos “unipersonales” que yo he presenciado han sido en su mayoría por temas subjetivos, por percepciones, porque nuestra vida es emocional las 24h del día.

Sí, sí, la vida de todas las personas contiene y se mueve por emociones en cada momento del día, así que un despido tiene un gran impacto emocional en la persona que se va… y en todos los que se quedan.

¿Y qué pasa con los que se quedan?

Pues así a bocajarro y de primeras, nada más suceder, un despido lo que trae aparejado es una bajada brutal de la productividad. A la persona despedida la deja en shock, y es normal, todos lo entendemos como legítimo, pero créeme, a los de alrededor les pasa lo mismo, cuando más cercano más shock, y como el mundo laboral inmediato no tenía previsto que echaran a un compañero, pues no se detiene para dar un respiro y encajar un río de emociones no habituales en un entorno de trabajo.

¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? Peeeerooooooo… igual que se lo pregunta el protagonista, también lo hace su entorno, intentar procesar y asimilar situaciones no previstas es inherente al ser humano y consume muchos recursos de nuestro cerebro, además de facilitar con un motivo “de peso” el deporte nacional: Radio Patio.

La incertidumbre llega también casi en seguida: cómo va a afectar su marcha, quién va a hacer su trabajo de forma inmediata, quién será su sustituto… ¿cómo encajará? ¿qué tipo de persona será? ¿qué línea de trabajo querrá llevar? En caso de que sea tu responsable quién ya no está, la sensación de un cierto desamparo también cae como una losa.

La organización puede ayudar a minimizar todo este proceso, con soluciones más rústicas – quién no ha visto u oído hablar de los famosos despidos del viernes por la tarde, para pasar el trago en casa durante el fin de semana – o cuidando detalles para minorar la incertidumbre y asegurar la continuidad de los proyectos.

En cualquier caso, los que se quedan, los que nos quedamos, también pasamos por nuestro proceso de luto, de entendimiento y asimilación. Negarlo, obviarlo, solo hace que sea más lento, que nos repercuta más.

Aunque es cierto que lo único que permanece es el cambio, eso no significa que seamos impasibles a sus consecuencias. Sentir dolor por la separación es tan loable y necesario como alegrarnos y celebrar los logros. En ambos casos confirmamos que además de nuestro cerebro, también están trabajando nuestra pasión y nuestro corazón.

Arantza.

Este artículo está dedicado a Salva Climent (LinkedIn) porque haces que el trabajo y la vida sean MEJOR, en mayúsculas;  y a Gloria Cuadros y César Camarasa, por permitir a vuestros corazones confiar y encariñarse de nuevo, a pesar de todo.

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