Cada noche que voy a arropar a Ela, además de mil besos y abrazos, ella me pregunta con qué soñar.
Me resulta gracioso porque imaginar cosas «nuevas» me cuesta muchísimo, ella tiene buena memoria y esto es… casi cada noche, jajajajaja. Ela no sabe el esfuerzo que me cuesta poder pensar en qué soñar así que es libre de pedir y solo yo sé la felicidad y el amor tan grande que me genera esa pequeña rutina.
A veces le gusta mi sugerencia, a veces con matices, a veces ni siquiera a la tercera.
El caso es que Ela se va de excursión dos días con el cole (¡por fin normalidad también en lo lúdico!) y es importante para ella entre otras cosas porque lo de dormir fuera… pues pachín pachán. Finalmente las ganas han podido al miedo (¡bien por Ela!) aunque pensar en el momento de dormir le angustiaba.
– Mamá, no estaréis para arroparme.
– Puedes abrazar a Perrín y a Tito y que ellos te den los besos por nosotros.
– Pero con los nervios ¡no sabré con qué soñar!
– Sí que lo sabrás cielo, no obstante, vamos a meter unos cuantos sueños en la maleta.
Aunque la inercia de nuestra rutina dice que una noche = un sueño, ya te he contado que a veces le gusta mi sugerencia, a veces con matices y a veces ni… así que triple ración y un «post Data» clásico final (ese nunca está de más):



Sinceramente creo que Ela seguirá pasando nervios durante esta noche fuera de casa. Los miedos nunca se desvanecen de la noche a la mañana ni por arte de magia (ni aun en sueños), sin embargo ella lo ha conseguido, ya se ha pasado la pantalla y ha subido al siguiente nivel: «Hazlo, y si tienes miedo, hazlo con miedo».
Sinceramente también, pienso que esa sensación de tener miedo a ciertas acciones, esos anclajes que nos unen a ciertas conductas y ese «noséqué que quéséyo» no nos abandona nunca, solo cambia de forma y es parte de nuestra evolución. Claro que cuantos más años cumplimos, tenemos más escusas rebuscadas y más sinónimos y justificaciones para quedarnos tranquilos y no hacer mucho más.
Aunque de vez en cuando hay que lanzarse, y a veces solo hay que encontrar la tecla adecuada, esa pequeña ayuda que nos de la mínima confianza necesaria para pasar de pantalla. La recompensa es ingente.
Estoy convencida que cada uno de nosotros tiene un pequeño Dumbo esperando su pluma particular a la que agarrarse para poder levar anclas y caminar y volar y soñar y estoy convencida que la gran mayoría de veces tenemos cerca a una persona de confianza guardándola para nosotros. Alguien de nuestra familia, de nuestros amigos y (muchas más veces de las que creemos) una persona del trabajo que nos inspira.
Por cierto, como mandan los cánones dejo para el final el «Post Data» (lo que de verdad importa):

Arantza (mamá de Ela y selectora de sueños a petición)
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